lunes, 20 de febrero de 2012

EL DILEMA DE LA PERSPECTIVA EN LA OBRA DE ENRIQUE CASTILLO



Texto para carpeta personal

Agosto 2010

Hoy en día, cuando el horizonte se halla delimitado por grandes vallas publicitarias y enormes cubos de concreto, y nuestro punto de vista se ubica regularmente frente a una pantalla, resulta difícil recordar las montañas, bosques o llanuras que existían detrás de todo esto, y más difícil aún, asociar las formas y colores de un paisaje con los ángulos rectos y colores planos que pinta Enriqe Castillo. Su obra nos habla del entorno que hoy tenemos, en un lenguaje que aprendimos a reconocer como arte abstracto.

Sin embargo, nada hay de natural o abstracto en los dibujos y las pinturas, sino en nuestro “punto de vista”. Quizá, la primera ruptura del hombre con la naturaleza fue la arquitectura, pero más aún, la invención de la perspectiva como forma de representarla. Esto es lo que se pone en envidencia tanto en el cubismo como en el expresionismo: Que el mundo es un movimiento contínuo, e imposible de analizar desde un solo punto, por mucho que nos representemos al tiempo en un espacio bidimensional, que necesariamente ha de contar con “puntos de fuga”.

Hace aproximadamente un siglo, Wasili Kandinsky pintó su primer acuarela no figurativa, y argumentó en su favor una teoría que más tarde fue comprobada y discutida por los psicólogos de la gestalt. Lo que intentaba, era evaluar los efectos que las formas geométricas puras y el color provocan en nuestra conciencia, y crear con ello un lenguaje universal, más próximo a las sensaciones inmediatas que a la evocación de imágenes aprendidas.

Es así como através de diversos experimentos, tangibles tanto en las abstracciones de Kandinsky, como en el puntillismo, el fauvismo y el cubismo, se van labrando poco a poco los principios que rigen el diseño gráfico, y que hoy en día vemos aplicados indiscriminadamente con fines publicitarios.

No pretendemos de manera alguna, negar la convergencia que hay entre la obra de Enrique Castillo y el expresionismo abstracto, sino más bien apuntar que la reflexión que da origen a ésta manera de apreciar la realidad, no es la búsqueda de ésa pureza ideal de la que habló Reinhardt, sino más bien que es un conflicto con la perspectiva, y que lleva a Enrique Catillo a sustituír la arquitectura por el paisaje, y constituye una forma de representación que habla más del modo en que el ser humano se aprecia a sí mismo que del modo en que observa el entorno natural.

Debemos recordar además, que tanto tanto la Bauhaus como los expresionistas norteamericanos de los años cincuenta, se nutren de la tradición y las culturas regionales, y sus teorías corren paralelas a una tradición de origen latinoamericano, que tiene como representates a Tapies, Wilfredo Lam, Guayasamín (Delunay argentino) etc. Así como Carlos Mérida y Daniel Shiffer, en guatemala, quienes hacen uso de los valores dados por la tradición a la figura y el color en nuestra cultura.

El valor dado a éstos elementos de la pintura está íntimamente ligado al entorno en que el pintor se desenvuelve, y detemina el significado que el observaror da a las formas y colores utilizados en la obra. Así como el color del cielo no es igual en cualquier parte del mundo, tampoco el modo en que una persona entiende las figuras geométricas básicas puede ser uníversal. (un triángulo puede ser visto como un cono o un camino, montaña o muralla).

Enrique Castillo proviene de Escuintla, y sus primeros cuadros, de caráctier figurativo, tienen el colorido de la costa guatemalteca. Poco a poco el horizonte comienza a poblarse con árboles caminos y edificios, hasta llegar a su obra actual, la cual se nutre de su estudio de la geometría y el color en las aulas de la ENAP, así como de su trabajo como diseñador gráfico y pintor de exteriores, no es por lo tanto, una abstracción, en el mismo sentido que los cuadros de Mondrian. No retrata armonías cromáticas destinadas a la expermientación, sino de paisajes cortados abruptamente por murallas, rincones diseñados para dar un apariencia natural, interiores de un espacio urbano vacío, cuya amplitud megalítica revela nuestra soledad.


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