lunes, 20 de febrero de 2012

LA CAPILLA OCTAVINA, APOTEOSIS Y REDENCION DEL INFIERNO URBANO GUATEMALTECO



Abel López

Capilla Octavina. 2010

XVII Bienal de Arte Paiz. Restaurante Mi Verapaz,

Ciudad de Guatemala.

En la Calle de la Pedrera, cerca del callejòn de la sexta avenida de la Ciudad de Guatemala se encuentra un local (¿tienda? ¿comedor? ¿cantina?) llamado Mi verapaces... En él se reúnen para comer, conversar o embriagarse los tramitadores de permisos municipales, obreros industriales, vendedores ambulantes, y claro, tambièn prostitutas y ladrones. Es un lugar como cualquiera, y tiene lo que hay en cualquier lugar donde se reúnan los pobres a beber licor: Rockola, mesas, moscas. Lo que lo hace peculiar, es un pintura, o màs bien, multiples pinturas realizadas directamente sobre la pared, que cubren completamente una de sus habitacones. Ahí están las ideas (obsesiones) y las ilusiones (delirios) de toda ésa ciudadanía guatemalteca que no parece muy autóctona, pero tampoco muy civilizada. En ésa sociedad donde se concentran los desarraigados, los inmigrantes, los desempleados, y toda la sociedad que resulta de la marginaciòn, el racismo y los conflictos polìticos y económicos que han marcado la historia de este pueblo.

Es un lugar para los que no tienen lugar, y sus visitantes lo han hecho suyo pintando en la pared. ¿El tema? No es ninguno de los que le preocupan a los polìticos o la burguesía local. Ahí se acumulan como en un retablo churrigueresco Buzz Lightyear y la locomotora número 34, el luchador enmascarado y la novia del cadejo. Todo expresado desde la perspectiva que únicamente pueden tener los que viven al otro lado del margen, donde sìmbolos planteados por el poder, sólo pueden utilizarse desarticulando el lenguaje establecido. Tan Guatemalteco es un cofrade como la flaca que pone por enésima vez en la rockola la misma canción de Vicente Fernàndez, pues no es de nacionalidad de lo que estamos hablando, sino de pertencer a un lugar y una misma condición, es decir la de los que no tienen clase ni derechos.

Debemos reconocer el valor histórico que sitios así tienen en épocas de crisis, porque valorar este lugar, es reconocer toda èsa humanidad sobre quienes pasa la historia oficial, dejándola al final tan marginada y empobrecida como al principio. Imagino que así fué también cuando en un barrio pobre de París, llamado Montmartre, en un bar llamado “El Conejo Veloz” se reunían unos pintores marginales a “pasar el temporal”, pidiéndole permiso a su propietario, Frèderic Gerard para pintar en sus paredes. Era la época de la persecución contra los anarquistas en Francia, y el lugar fué clausurado, acusándolo de encubrimiento; las paredes se pintaron nuevamente, y todo lo que se decìa en aquél mural fue borrado de la historia. Sus autores: Modigliani, Picasso, Van Dongen, Braque, no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario